La administración Trump afirmó que Beijing dio marcha atrás en sus principales compromisos. Irritado, el presidente estadounidense anunció que impondría desde el viernes 10 de mayo un alza de aranceles sobre importaciones chinas equivalentes a 200.000 millones de dólares, que estaba frenada desde enero. “Aumentaremos los aranceles a China hasta que dejen de robar nuestros empleos“, declaró el pasado 8 de mayo.
Pero Beijing, que desmintió las acusaciones de haber realizado una profunda revisión de lo acordado, no tiene intenciones de avanzar si los estadounidenses aumentan sus aranceles del 10 al 25% el viernes, en medio de las negociaciones.
“Si se aplican las medidas tarifarias de Estados Unidos, China no tendrá otra opción que aplicar las necesarias contramedidas“, dijo un portavoz del ministerio de Comercio chino.
Para la industria del mueble de China la afectación sería para cerca de 30 mil millones (MMD) de US dólares que anualmente se envían a los Estados Unidos y un arancel del 25% los dejaría fuera de competencia con mercados como Malasia, Vietnam e incluso México.
Trump ha adoptado una estrategia de máxima presión a China, primero con aranceles al acero y al aluminio en marzo de 2018, a los que luego sumó la imposición de tarifas aduaneras a 250.000 millones de dólares de importaciones chinas.
Además, dijo estar listo para imponer aranceles adicionales a todas las importaciones chinas (539.500 millones en 2018), lo que ha incrementado los temores sobre el crecimiento económico mundial y la estabilidad de los mercados financieros.
Por el dominio tecnológico
Economistas alrededor del mundo y organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) han advertido durante meses que una guerra comercial extensa entre China y Estados Unidos tendría consecuencias más allá de esos países, ya que la recuperación de la recesión mundial de 2008 fue impulsada en gran medida por el comercio internacional.
Los negociadores estadounidenses y chinos cargan con la presión de llegar a consensos sobre temas espinosos.
La administración Trump exige que China termine con prácticas comerciales que considera desleales, que respete las leyes del mercado y que detenga el “robo” de tecnología estadounidense. También busca un acuerdo para evitar que Beijing devalúe su moneda para dar impulso a sus exportaciones.
Pide igualmente el fin de los subsidios de las empresas estatales, sostén del plan estratégico del estado chino, “Hecho en China 2025″. El programa, adoptado en 2015, busca transformar al país de taller del mundo a líder mundial en las industrias del mañana, como la inteligencia artificial.
Pero Estados Unidos, que hace tiempo que perdió la batalla por las manufacturas, está tratando de mantener su dominio en alta tecnología.
Desde el inicio de las negociaciones, Washington alterna entre la amenaza y el diálogo, y Trump modera el tono a través de tuits, que enfrían y calientan la relación.
Trump se ha mantenido fiel a sus hábitos: “China nos acaba de informar que ellos venían a Estados Unidos ahora para llegar a un acuerdo (mayo 9, 2019″, escribió, optimista, en la red. “Veremos qué ocurre, pero me dejan contento los más de 100.000 millones de dólares (de tarifas) que llenarán los cofres de Estados Unidos… Es muy bueno para Estados Unidos; no es bueno para China”, dijo Trump.
Pero su negociador, Lighthizer, tiene la intención de lograr un acuerdo histórico que renueve la relación. Agobiado por lo que Estados Unidos considera promesas incumplidas por los chinos, ha luchado desde el principio para lograr no solo un acuerdo sino también un mecanismo para controlar su implementación.
A principios de esta semana, muchos economistas creían que un acuerdo aún era posible. Pero muchos dudan de su contenido. “Va a ser un trato vago”, predice Mary Lovely, profesora de economía en la Universidad de Syracuse (US).
Fuentes: FMI-US-China Daily
Foto: mueble hecho en China